Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1881-1882 (Cortes de 1881 a 1884)
Sesión: 14 de noviembre de 1881
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 46, 982-983
Tema: Contestación al Discurso de la Corona

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): No voy a interrumpir el curso de la discusión más que por breves momentos; pero está de Dios que el Gobierno ha de tener que decir también hoy algunas palabras a pesar suyo; que si no hubiera de atender más que a los aplausos que ha recibido del señor Castelar, seguramente me excusara de intervenir en este debate, porque otra ocasión encontraría el Gobierno más oportuna para manifestar la gratitud con que ha oído algunas partes de su discurso.

Pero el Sr. Castelar, que ha dado al Gobierno tantas y tan buenas ocasiones de aplauso en lo que se refiere a su valioso apoyo ofrecido a nuestra política, para que no haya nada completo en este mundo, sucede que la satisfacción del Gobierno no es completa ni puede serlo, porque ese patriotismo que S. S. demuestra aplaudiendo los actos del Ministerio, al creer como cree el Sr. Castelar que conducen al afianzamiento de la libertad y del orden, no le ha tenido, perdóneme que se lo diga, para con altas instituciones, a las cuales se debe, más que al Gobierno, el estado en que afortunadamente se halla la Patria. Yo no quiero exagerar mis censuras a S. S.; su posición es delicada, y sus compro- [982] misos de todos conocidos; pero ya que el patriotismo aconseja a S. S. aplaudir al Gobierno por la consideración de reconocer que marcha por el camino del orden y de la libertad, justo era que S. S. hubiese dejado para otra ocasión, mejor dicho, que hubiese omitido ciertas indicaciones que están muy fuera del carácter liberal y circunspecto que domina en todo el discurso de S. S.

El Sr. Castelar no recela del Gobierno y recela de altas instituciones; ¿y por qué recela S. S.? Por un apellido; como si las preocupaciones y las pasiones de los hombres y de los partidos pudieran sobreponerse a la realidad de las cosas: eso, allá en otros tiempos y bajo otras impresiones, podía tener cierta explicación; pero a últimos del siglo XIX, para las ideas del día, para hombres como el Sr. Castelar y caracteres como el de S. S., no lo comprendo. Su señoría, sin embargo, nos ha indicado que asistirá al ensayo de la alianza de la Monarquía con la libertad. Asista S. S. tranquilo a lo que S. S. se llama ensayo: pues tengo la seguridad de que todos los principios que aquí ha pedido S. S. con lentitud, todos esos, y en mi opinión no tan lentamente como S. S. cree, van a encontrar su desenvolvimiento en la Monarquía. (Aplausos.)

¿Por qué, Sr. Castelar, por qué quiere S. S. la libertad? Su señoría nos ha dicho que la libertad es el alimento, sin el cual podemos vivir algunos días; pero el orden es el aire que respiramos, sin el que sólo podemos vivir algunos minutos. Pues en España, tenga seguridad el Sr. Castelar, podrá decirse que haya otras formas de gobierno que den también la libertad, alimento sin el cual se puede vivir algunos días; pero la atmósfera indispensable para la vida, por corta que ésta sea, esa no la da, no la puede dar más que la Monarquía constitucional (Aplausos.)

¿A qué ensayo quiere S. S. asistir? ¿No estamos asistiendo ya? ¿No estamos haciendo ya el ensayo de una política que abre extensos horizontes a todas las ideas, que es escudo de todas las libertades, y que cobija en su seno a todos los partidarios? ¿Qué ensayo más evidente y más palmario puede S. S. pretender? Pues eso no quiere decir más que una cosa; eso no quiere decir más sino que en adelante la suerte del país depende única y exclusivamente de los partidos. La Monarquía ha cumplido con su deber; que cumplan el suyo los hombres políticos. ¡Ay de los hombres políticos, ay de aquellos que se encuentran al frente de los partidos, ay de los que los dirigen y los aconsejan, si el país, al mismo tiempo que contempla con satisfacción la rectitud e imparcialidad con que el Rey constitucional cumple sus altísimos deberes, observa que su imparcialidad y su rectitud quedan ahogadas por el amor propio, por el egoísmo y por las malas pasiones de los partidos!

¡Ah, Sr. Castelar! Su señoría comprendía bien esto; pero su consecuencia, sus compromisos, sus antecedentes, su historia? ¿Y qué valen los compromisos de S. S. ni los míos, qué valen los antecedentes de S. S. ni los míos, qué vale la historia de S. S. ni la mía, ni los antecedentes, ni los compromisos, ni la historia de nadie, ante la prosperidad y el bienestar de la Patria? Su señoría tenía también otros compromisos, y sin embargo S. S. prescindió de ellos por patriotismo, desde que vio que sus compromisos podían llevar a su Patria a la perdición y al abismo: por eso, el Sr. Castelar, a pesar de ser tan grande como orador, lo es más aún por su patriotismo, por el amor que en su corazón siente hacia la Patria.

No quiero decir más, porque no me propongo, como he dicho al principio, interrumpir este debate, y deseo oír a los oradores que tienen pedida la palabra para alusiones personales, y que puedan creerse obligados a contestar el discurso del Sr. Castelar. Pero me ha parecido que no debía dejar pasar en silencio y sin protesta alguna palabras de S. S., con tanto mayor motivo cuando que habiendo dicho el Sr. Castelar cosas tan benévolas para el Gobierno, podría creerse o decirse por algunos que en nuestro silencio influían más satisfacciones de cierto género que deberes a los cuales no hemos de faltar ni por convencimiento ni por patriotismo. (Aplausos.) [983]



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